viernes, 23 de enero de 2009

NARRAR COMO ARTE



Contar un cuento es un milagro.

Algo tan inexplicable como enamorarse.

Algo que puede ocurrir de vez en cuando

aunque nunca sepamos

si fue el aleteo de un ángel

o una corriente de aire.

Tampoco es cosa de decir:

ahora mismo voy a hacer milagros.

El cuento es un misterio

que es sólo revelado al hombre

cuando se lo cuenta a otro.

Entonces, cuando lo está contando

se produce el portento:

el narrador se va metiendo en el cuento

con su piel y su hígado,

su amor a corazón abierto.

Cuando niño encerré unos gusanos

en una caja vacía de jabón.

Era agosto y aún recuerdo

cómo se convirtieron en mariposas

que no cabían en su cárcel de cartón

y volando se perdieron en el aire azul.

Así, como esos gusanitos contrahechos,

encerrados con letras de papel,

son los cuentos.

Sólo cambian en el aire,

sólo vuelan en libertad,

sólo se transforman con el aliento

de ese prestidigitador

que es el cuentacuentos.







JORGE DÍAZ "Café con textículos"pag. 48.Marzo 2004

Gracias Alfredo Becker por prestarnos a tu paisano

Y ahora un pequeño fragmento de El cuento de nunca acabar de CARMEN MARTÍN GAITE. “A las personas […] se las recuerda por las palabras que han dicho y las historias que han contado […] mucho más que por su estatura o el color de su pelo, lo cual se comprueba con una nitidez desgarradora siempre que un ser querido muere o deja de querernos, ocasiones ambas en que el único expediente válido para revivir su presencia es acudir a nuestra memoria en busca de las cosas que ese ser nos contaba o nos decía, como si sólo su palabra, al resucitar los gestos que la acompañaron, nos refrendara aquel añorado existir y lo hiciera perdurar de alguna manera”.

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